miércoles, 14 de septiembre de 2011

Sueño de Amor - Chapter 4

Summary: Una vida marcada por el abuso y la violencia, un baúl lleno de sueños y el descubrimiento de lo bello que es vivir de la manera menos esperada... Los sueños, aveces se hacen realidad.

Disclaimer: Los personajes de esta historia le pertenecen a Stephenie Meyer.

 Capitulo IV.

El proyecto.


…......

—¡Muy simple! Conozcan a su compañero de lugar, hagan que les confiesen sus sucios secretos y luego cuéntenle los propios. —Seguía hablando como si fuese un juego muy divertido—. Y háganlo bien, chicos, porque será fundamental para nuestro proyecto de este año.

Escuché risas nerviosas, bromas, jugueteos, y vi cómo alegremente todos ponían manos a la obra parloteando con su compañero de lugar, estando muy lejos de sentirme así de animada.

—Bien —dijo Edward, llamando mi atención, justo cuando lanzaba su lápiz al aire y lo volvía a capturar con naturalidad al bajar—. ¿Cuántos muertos hay en tu armario? Porque yo ya perdí la cuenta de los míos.

…......

Inmediatamente y como si nunca hubiese dicho nada, comenzó a garabatear otra vez en su cuaderno, desvié mi mirada de él al profesor Cullen que nos miraba con especial atención y cuando lo vi resoplar molesto una vez más, dispuesto a levantarse, supe que debía hacer algo, o habría otra guerra de voluntades, y esta vez, junto a mí.

—No sé tú, pero yo odio este lugar —comencé con voz temblorosa, en cuanto las palabras salieron de mí, Edward levantó la cabeza, con una mueca incrédula, como si no hubiese esperado aquello—, y necesito tener sobresaliente en todas las materias para aspirar a una beca en una buena universidad —continué con más firmeza en la voz—. Así qué… —Me aclaré la garganta para darle la entonación correcta a mi voz y de paso darme valor—, este proyecto es importante para mí, y si no hablas tú, lo haré yo.

Lentamente, una de las comisuras de sus labios se comenzó a elevar, esbozando una inquietante sonrisa ladeada, tan lento que casi me pareció que le costaba, como si no hubiese hecho el gesto en mucho tiempo.

Se acomodó en su lugar, apoyando perezosamente su espalda en su silla y con sus pies sobre un costado de la mía.

—Adelante —pronunció despacio, centrando toda su atención en mí.

Volví a mirar al profesor Cullen un momento y parecía más confundido que enojado esta vez, así que debía seguir hablando, además, no le había mentido a Edward, yo necesitaba llevar adelante aquel proyecto.

Pero no sabía qué decir.

—Mmm… Bueno… emm… —balbuceé un poco, tratando de encontrar algo en mi cabeza para contarle—. Mi nombre completo es Isabella, pero nunca me ha gustado, tengo dieciséis años, pero me siento mucho mayor, las matemáticas me provocan dolor de cabeza, mis mejores amigos se llaman Alice y Jasper, y tengo una hermana pequeña, Jessica…

—La niña que estaba contigo ayer —confirmó él, interrumpiéndome. Asentí un poco agradecida porque mi vida no era demasiado interesante y no había mucho que contar—. Es muy agradable.

Su comentario pareció completamente sincero y bien intencionado, y como consecuencia consiguió una enorme sonrisa de mi parte.

—Es la mejor persona que conozco.

Edward volvió a sentarse correctamente y lo vi fruncir ligeramente el ceño, sin mirarme en realidad.

—¿Tienes más hermanos?

—No —negué con suavidad—. Mis padres murieron algunos años después de que naciera Jessica.

—¿Ambos? —preguntó clavando su mirada en mí, simplemente me encogí de hombros un poco, queriendo evitar ahondar en el tema.

—¿Tú tienes más hermanos? —pregunté impulsivamente para distraer la atención de mí.

Su mirada viajó automáticamente a el profesor Cullen y luego regresó a su cuaderno tan rápidamente que de no haber estado mirándolo con tanta atención, no lo habría notado.

—No —respondió tajante y se quedó callado tanto tiempo que pensé que no volvería hablar, pero lo hizo—. Tuve una hermana.

No dije absolutamente nada, pero no me pasó desapercibida la forma en pasado de decirlo.

—¿Color favorito? —pregunté cambiando descaradamente de tema.

Edward levantó la cabeza y me miró confundido.

—¿Disculpa?

—Tu color favorito… ¿Cuál es? —titubeé un poco, pero no lo suficiente para que se notase, era obvio que el tema le incomodaba, es más, podría asegurar que no quiso decirme aquello.

Él pareció notarlo y sonrió un poco.

—Azul. ¿Y el tuyo?

—Ninguno —dije simplemente levantando ligeramente mis hombros, restándole importancia.

—Todos tienen uno —discutió él incrédulo, y con cierto tono divertido que casi no logro distinguir, desvié la mirada restándole importancia y mi cuaderno pareció muy interesante de pronto.

—¿Rojo? —insistió.

—No —respondí suavemente.

—¿Amarillo? —probó

No me molesté en articular palabra y simplemente negué.

—¿Rosa? —intentó otra vez, incluso con más interés.

Solté una risita pequeña.

— Definitivamente, no—Respondí con una sonrisa y levanté la mirada para verlo también sonriendo, ladeé mi cabeza inconcientemente, analizando su expresión, parecía relajado y divertido.

—Nombre de tu primera mascota —volví a cambiar el tema.

EL negó con una sonrisa aún.

—Si no respondes, pierdes tu turno.

—No sabía que teníamos turnos —comenté con una sonrisa involuntaria.

Se encogió de hombros con desenvoltura.

—Ahora lo sabes.

Otra risita pequeña escapó de mí y mordí mi labio inferior para contenerla, como si se tratase de algo prohibido sentirme alegre.

—Está bien —comencé, suspirando, y tomé mi lápiz para juguetear con él mientras pensaba en mi respuesta—. Antes me gustaban todos, y dependiendo de mi estado de animo tenía preferencia por uno u otro…

—Eso es extraño —intervino, frunciendo el ceño pero conservando su sonrisa.

—Lo sé —acepté correspondiendo a su sonrisa.

—¿Y un día despertaste y pensaste " ya no me gustan los colores"? —preguntó, como si le pareciese muy gracioso.

Me encogí de hombros despacio y volví la mirada a mi cuaderno.

—Supongo que ahora hay cosas más importantes que los colores para mí.

La amargura en mi voz no pasó desapercibida para ninguno de los dos, y un incómodo silencio se apoderó del espacio entre nosotros.

—Nunca tuve una mascota —habló de pronto, consiguiendo mi atención—. Yo quería un tigre blanco y obviamente jamás lo tuve.

Lo miré un par de segundos desconcertada y tuve que reír cuando me di cuenta de que hablaba en serio, él simplemente se encogió de hombros sonriendo un poco.

La conversación fue fácil y divertida, Edward parecía relajado y yo me sentía igual, y sin darme cuenta la clase estaba acabando y el profesor Cullen estaba llamando la atención de todos para explicar el siguiente paso del proyecto.

—Si han hecho bien la primera parte, lo siguiente será pan comido —comenzó con una sonrisa amistosa—. Con la información que obtuvieron de su compañero deberán elegir un cuaderno para él o ella —continuó, sin dejar nada verdaderamente claro—. Pueden comprarlo, o hacerlo ustedes mismos, lo que les parezca mejor, pero sean ingeniosos, la tarea no es tan fácil como parece.

Edward bufó junto a mí y comenzó a recoger sus cosas.

— Es un idiota —comentó negando con la cabeza, contraje los labios en una mueca para no protestar, a mi me parecía una buena persona, pero era obvio que no tenían una buena relación.

Salimos juntos del salón y con un asentimiento de su parte una sonrisa forzada de la mía nos despedimos.

Mi siguiente clase me la pasé pensando en qué tipo de cuaderno debía darle a Edward, sin llegar a ninguna conclusión.

Más tarde ese día, cuando entrábamos a la casa de Earl, estruendos y golpes sordos nos recibieron desde el segundo piso, no era nada nuevo para nosotras, sin embargo al llegar a la mitad de la sala, la voz de un desconocido, teñida de pánico y suplica, resonó en todo el lugar.

Jessica abrió los ojos más de la cuenta al oír los gritos que comenzó a proferir el hombre que no era Earl, y luego un golpe sordo y… nada.

Silencio.

—Bella… —susurró mi hermana, temblando de los pies a la cabeza, sin despegar su mirada de la escalera, yo no estaba en una posición muy diferente, sólo que mi cuerpo estaba completamente tenso.

Estaba aterrada, mi mente estaba completamente nublada por el pánico, y aunque en ese momento el único sonido era el de nuestras respiraciones, me parecía oír una y otra vez ese último grito resonando con fuerza en mi cabeza.

Sentí el crujir de una de las puertas en la planta alta, unos torpes y pesados pasos.

—¡Bella…!—repitió Jessica en un susurró histérico haciéndome reaccionar, sin embargo no había sido demasiado rápida, Earl apareció bajando las escaleras, con los ojos desorbitados y cubierto de sangre; aunque se tambaleaba inestable, no parecía estar herido.

En cuanto notó nuestra presencia, su mueca se volvió salvaje y comenzó a gruñir y soltar palabrotas sin mucho sentido, estaba mirando sin mirar en realidad, como si estuviese perdido muy lejos de allí. Comenzó a acercarse a grandes zancadas resoplando como un toro furioso, Jessica profirió un gritó ahogado de terror, pero no se movió de su lugar delante de mí, como si con su pequeño cuerpo pudiese protegerme de la bestia. La jalé de un brazo con demasiada brusquedad por los nervios y la arrastré lejos de Earl, atravesamos la sala y la cocina, en cuanto llegamos a nuestro cuarto empujé a Jessica dentro, haciendo que cayera de bruces al piso, entonces sentí la mano de Earl aferrándose a mi cabello, para luego jalarlo dolorosamente, entonces cerré la puerta y la trabé desde fuera, sabiendo que no podría entrar sin que él me siguiera.

—¡Bella! ¡Bella! ¡Déjala!¡Por Dios, Bella, déjame salir! —los golpes en la puerta debían ser bastante fuertes porque a pesar de que Earl también gritaba yo lograba oír las suplicas de mi hermana—. ¡No le hagas daño, Earl! ¡Por favor, déjala!

Earl me tiró al otro lado de la habitación y apreté los labios para no quejarme, no queriendo alterar más a Jess.

—¡No! ¡No, Bella! —gritó más fuerte azotando la puerta de madera—. ¡Bella-a! —sollozó.

Y entonces agradecí que Earl estuviese tan ido y pareciese no escucharla, cualquier pensamiento desapareció entonces porque aquel repugnante hombre estaba otra vez a pocos centímetros, listo para arremeter contra mí.

Media hora más tarde, ni siquiera pude levantarme del piso.

Mi cabeza dolía muchísimo y sentía que la garganta me quemaba, sentí un suspiro tembloroso, parecía tan lejano, igual que unas manos pequeñas que parecían plumas acariciando mi rostro, muy despacio.

Moví mi cabeza tratando de acomodarme, pero me pareció imposible, me quejé despacio y aspiré con toda la fuerza que pude.

Abrí los ojos despacio parpadeando con dificultad, sentía como si tuviese arena en ellos, Jessica estaba ahí, junto a mí, con los ojos hinchados, inyectados en sangre y anegados en lágrimas, igual que sus húmedas y sonrosadas mejillas.

—¿Qué haces aquí afuera? —pregunté despacio con voz rasposa.

—Él me dejó salir… hace un rato —susurró en respuesta, con dificultad por el llanto.

Y todo mi cuerpo se puso alerta.

—¡¿Te hizo daño? —pregunté frenética, tratando de levantarme.

Ella negó rápida y enérgicamente, poniendo sus manos en mis hombros, obligándome a recostarme.

—Ni siquiera me miró.

Me tomé un par de segundos para considerar si me decía la verdad, entonces suspiré y cerré los ojos otra vez.

—Estoy tan cansada —susurré, sin querer.

Y justo entonces lo volví a oír, los pesados pasos de Earl acercándose, el pánico bulló con intensidad dentro de mí, porque no me sentía con fuerzas para plantarme frente a él otra vez, y Jessica estaba demasiado cerca, abrí los ojos en seguida, y lo vi en la entrada de la cocina, mirándome con el ceño fruncido.

—Váyanse a su cuarto —ordenó con voz firme—. Ya avisé en su escuela que no irán lo que queda de la semana —comunicó de la misma forma—. Y siento eso —pronunció apuntándome con su cabeza, para luego voltearse y alejarse.

La furia reemplazó al temor y lo rebasó; lo había dicho... como si fuese algo sin ninguna importancia en lugar de haberme golpeado hasta dejarme casi inconsciente, sin contar el hecho de que probablemente había mantenido llorando a mi hermana preocupada por mí toda la noche.

Mi pequeña, frágil e inocente hermana de siete años.

No pude contener las lágrimas —de furia esta vez— y apreté los puños hasta que mis uñas hicieron sangrar mis palmas, el dolor hacía mucho más soportable la frustración y la impotencia.



El lunes de la siguiente semana llegó y yo estaba perfectamente, de hecho para el sábado ya lo estaba y había dedicado el fin de semana a pensar en el proyecto del profesor Cullen, ya había perdido varios días de clases y debía asegurarme de tener eso al menos.

—¿Segura que estás bien? —preguntó Jessica por millonésima vez cuando llegábamos a la escuela.

Me detuve frente a su edificio y la tomé por los hombros, inclinándome para quedar nuestros rostros a la misma altura.

—Estoy bien —aseguré, mirándola directamente a los ojos, tratando de quitar la preocupación de los suyos, besé su mejilla y la abracé con fuerza—. Ponte al día, recuerda que debes mantener tu promedio —le pedí, separándome de ella y acomodando su chaqueta.

Ella asintió y me volvió a abrazar envolviendo sus bracitos alrededor de mi cintura.

—Pórtate bien —ordenó al separarse y alejarse de mí para entrar a su edificio, haciéndome reír.

Cuando el almuerzo acabó, yo ya estaba en mi lugar esperando a que comenzará la clase. Todos los alumnos estaban ya en el salón también cuando Edward y el profesor Cullen llegaron, pareciendo furiosos. El primero avanzó sin mirar a nadie y se sentó junto a mí sin percatarse de mi presencia, el profesor Cullen tomó un plumón y escribió rápidamente en la pizarra blanca.

"Afecto y sexualidad"

Algunos se pusieron más rojos que de costumbre y otros comenzaron a silbar con infantil burla.

—Un lindo día, ¿no, chicos? —saludó el profesor Cullen, con su acostumbrada sonrisa, parecía que el único capaz de quitársela era Edward.

Comenzó a interactuar con la clase y todos parecían muy cómodos, todos menos Edward y yo, aunque seguramente por razones distintas.

—¿Y usted, señorita Swan? —levanté la mirada en cuanto oí mi nombre siendo pronunciado por el profesor Cullen, al mismo tiempo que Edward lo hacía mirándolo con el ceño levemente fruncido, al parecer tampoco le pasó desapercibido el leve tono endurecido al pronunciar mi nombre.

Y que a todos llamaba por su nombre de pila, excepto por Edward, y al parecer por mí.

—¿Perdón? —musité confundida.

—¿No le parece lo suficientemente interesante como para prestar atención?

Parpadeé confundida porque la hostilidad en su voz fue demasiado evidente y no lo comprendí.

—No, yo no…

—Entonces, dígame si está tan bien informada que no necesita poner atención —insistió interrumpiéndome.

—Ah…mm… yo —balbuceé sintiéndome intimidada porque todos estaban mirándome.

—¿Conoce la acción de las pastillas anticonceptivas? ¿La manera correcta de usar un condón? —interrogó sin ningún tacto, me sentí repentinamente atacada y avergonzada, y sentí un calor desde el cuello a la cabeza, debía estar increíblemente roja, y las risas de mis compañeros me lo confirmaron.

—No —respondí con voz pequeña.

—Bueno, entonces… —lo oí comenzar y cerré los ojos con fuerza, porque de ese modo me sentía menos expuesta.

—Que no esté chillando y aullando como un animal, no significa que ella no esté poniendo atención. —La voz grave y claramente molesta de Edward interrumpió bruscamente lo que sea que su hermano fuera a decirme—. Quizá sea usted quien deba prestar más atención en quién lo toma en serio y quién lo toma como un simplón y pintoresco profesor de pueblo —terminó absolutamente inflexible.

No dije, nada, no estaba segura de qué debía decir, sólo me quede ahí, igual que todos los demás viendo cómo se desataba otra guerra de voluntades Cullen.

Y era por mí. Edward me estaba defendiendo a mí.

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