miércoles, 14 de septiembre de 2011

Sueño de Amor - Chapter 6

Summary: Una vida marcada por el abuso y la violencia, un baúl lleno de sueños y el descubrimiento de lo bello que es vivir de la manera menos esperada... Los sueños, aveces se hacen realidad.

Disclaimer: Los personajes de esta historia le pertenecen a Stephenie Meyer.


Capitulo VI.

Soy una persona valiosa, lo soy.


…......

Seguí caminando hasta salir del edificio y no me detuve hasta cruzar la carretera y adentrarme en el bosque y no fue hasta que me vi completamente sola, sentada en la húmeda hierba abrazando mis piernas con la cabeza enterrada en las rodillas que me permití soltar toda la ira, frustración y tristeza húmeda que estaba conteniendo, mientras murmuraba inteligiblemente cuánto odiaba a todo el mundo.

…......

Era tan terriblemente injusto, seguía dándole vueltas y más vueltas al asunto, sin conseguir una conclusión diferente.

¡Yo era una buena persona, maldita sea!

Sin embargo estaba caminando sola, bajo una tormenta por la solitaria calle principal de Forks, estaba calada hasta los huesos y mis dientes castañeaban incesantes por el frío, sin embargo, me tranquilizaba pensar que mis lágrimas se confundían con las insistentes gotas de lluvia helada que caía sobre mi piel.

—Estúpido Edward, estúpido señor Cullen —comencé a mascullar furiosa aún abrazándome a mí misma con más fuerza como si así consiguiese mojarme menos. Una oleada de tristeza me inundó provocándome un estremecimiento espantoso—. Estúpida vida horrible… —susurré más miserable que furiosa esta vez.

Sorbí mi nariz con fuerza y apreté los ojos para que la lágrimas cayeran más rápido.

—Estoy tan jodidamente harta —dije cansada, finalmente vislumbrando la casa de Earl a pocos metros.

Earl estaba de pie en la entrada de su casa, con los brazos cruzados sobre el pecho y su rostro fruncido en disgusto.

Como si la vida no fuera un asco por sí sola.

Apreté los puños y la mandíbula cuando comencé el camino a la entrada sintiendo su mirada cargada de reproche sobre mí.

—¿Qué carajos haces aquí? —preguntó agresivamente en cuanto llegué frente a él.

¿Qué te importa? —respondí en mi mente, pero simplemente lo ignoré y entré pasando junto a él.

—¡Hey! ¡Estoy hablándote! —exclamó cerrando la puerta y siguiéndome—. ¡¿Por qué mierda no estás en esa escuela tuya? ¡¿Qué rayos estuviste haciendo?

—Salí antes —mentí sin ninguna convicción; sin detenerme, atravesé la cocina y rápidamente llegué a mi cuarto donde tiré mi bolso al suelo sin delicadeza alguna.

—¡Estás mintiéndome, tu maestro llamó y no sólo me dijo que te fuiste de la escuela antes de terminar las clases sino que también que tu maldito comportamiento dejaba mucho que desear! ¡¿Puedes decirme qué mierda significa eso? —su voz sonaba profunda y molesta, pero no distorsionada, su postura no era inestable y sus ojos enfocaban perfectamente.

Estaba absolutamente sobrio, y no pude más que maldecir mi mala suerte, si no lo hubiese estado, seguramente ni siquiera le hubiese importado aquella llamada...

...seguramente, ni siquiera la recordaría.

—¡Responde!

Su imagen y su voz sacudieron algo en mi interior, su sola presencia estaba alterando mis nervios, mis instintos. El asqueroso aroma a humedad y suciedad en esa casa lo hizo también y cada recuerdo horrible pareció decidido a hacer aparición también, el señor Cullen y su acoso, Angela Webber y su perfección, las interminables noches en vela junto a la puerta cuidando literalmente el sueño de mi hermana.

—¡¿Qué demonios te pasa? ¡Contéstame, Carajo!

Podía verlo rojo de ira, como la saliva saltaba de su boca al gritar, podía ver lo que venía, y no me importaba, no me importaba en lo absoluto.

—¡Di alguna maldita cosa ahora mismo! ¡O te juro que…!

—¡¿Qué? —grité a todo pulmón dando un paso en su dirección, su boca se quedó abierta, congelada al interrumpir lo que sea que iba a decir—. ¡¿Qué vas a hacerme? —continué sintiendo mi cuerpo convulsionar por el llanto, y aun así mis palabras sonaban agresivas y desafiantes—. ¡¿Vas a encerrarme?, ¡¿a castigarme? —Una extraña y ahogada risa salió de entre mis labios—. ¡¿Vas a golpearme?

—¡Pequeña perra insolente! —farfulló totalmente furioso, fuera de s, y no me acobardé ni por un segundo.

Sacudí mi cabeza con la sonrisa aún en mi rostro contrastando con las lágrimas que sentía brotar sin tregua.

—Puedes hacerme lo que quieras, desgraciado y cerdo hijo de puta —mascullé entre dientes mirándolo con todo el odio que estaba conteniendo—, puedes hacerme lo que sea, porque no te tengo miedo. —Golpeé su pecho con mi puño una vez dando énfasis a mis palabras.

Su rostro parecía una caldera a punto de estallar de ira, sus manos se movieron rápido y aprisionó mis brazos con sus manos ejerciendo demasiada presión y me empujó contra una de las paredes azotando mi espalda contra ella.

—¡Hazlo! —le urgí, escupiendo las palabras—. ¡Hazlo! ¡Pero, por Dios, Earl, asegúrate de matarme, porque si no lo haces, te juro por mi hermana que serás tú el que aparezca muerto mañana!

Su ceño seguía absolutamente fruncido, pero su mandíbula se desencajó por la sorpresa y sus manos dejaron de ejercer aquel brutal agarre sobre mis brazos. Sus ojos, la expresión en ellos… Dios mío, no tenía precio.

—N-No… —tartamudeó, parpadeando confundido, mientras retrocedía un par de pasos lejos de mí—. No serías capaz —afirmó convencido, sin embargo, su expresión no cambió.

Intenté tranquilizar mi respiración y limpié con violencia las lágrimas en mi rostro con mi antebrazo, avancé los dos pasos que él había retrocedido y le di un empujón con mi palma en su pecho.

—Entonces hazlo —lo reté—. ¡Vamos, ponme a prueba! —le grité mirándolo directamente a los ojos, transmitiéndole que no estaba jugando.

Nuestras miradas no se separaron mientras ambos permanecíamos en silencio, sin ceder ante el otro, oyéndose en el lugar sólo nuestras respiraciones agitadas, finalmente resopló como el animal que era y se dio la vuelta para salir de mi cuarto, azotando la puerta tan fuerte que la pared tembló ligeramente.

Me quedé ahí de pie, no sé cuánto tiempo, al principio era porque seguía furiosa y no podía moverme, pero luego, cuando comencé a calmarme y los temblores por el temor se apoderaron de mi cuerpo corrí a la puerta y la trabé con la silla. Cuando me vi relativamente segura, no pude más que dar unos cuantos pasos y, como una autómata, con la mirada perdida, apoyé las palmas de mis manos en la pared más cercana, no lograba calmar mi respiración y el frío del concreto estaba devolviéndole a mi cuerpo a través de mis palmas el reconocimiento de la realidad, de lo que acababa de ocurrir.

Ya no lloraba, sólo respiraba, como si no pudiese obtener suficiente oxigeno, como si me estuviese ahogando. Una risa absolutamente histérica, pero ahogada, se apoderó de mí, mientras nuevas lágrimas se acumulaban en mis ojos, pero ya no de temor, no de ira, no de tristeza.

Lloraba de pura emoción, sentía la adrenalina viajar através de mis venas, dejándome un tanto eléctrica.

Había retado a Earl a golpearme… hasta matarme.

Podría estar muerta.

Un horrible jadeó interrumpió mi risilla, y comencé a toser sin control.

Sí, lo había hecho.

La confirmación de aquel hecho trajo una nueva ola de risas maniacas, aunque no podía dejar de toser a la vez.

Mis rodillas cedieron por el cansancio, por el estrés, el agotamiento y me vi en el suelo, medio riendo, presa de un espantoso ataque de tos.

Y jamás me había sentido tan bien como en ese momento.



Más tarde ese día fui por Jessica a la escuela, estuve veinte minutos sentada sobre una banca húmeda junto a la entrada principal de la primaria, el único lugar techado del exterior del edificio, mientras pensaba en todo lo que había pasado ese día, no estaba segura de cual era el balance final, pero sin lugar a dudas, estaba tranquila.

En cuanto mi hermana apareció, fingí que nada había pasado, y luego de un pequeño saludo caminamos en silencio a casa de Earl. En el trayecto preguntó un par de veces por qué no iríamos a la cafetería de los Webber, y con más insistencia, porque no esperábamos a Edward como cada día.

—Tiene cosas que hacer, Jess —respondí atrayéndola más cerca de mí para que quedara mejor cubierta por el paraguas que yo llevaba—, y esta tormenta está muy fea, no tendríamos cómo volver a casa de Earl más tarde.

Con un suspiro triste se apretó más contra mí y seguimos caminando.

Inevitablemente volví a quedar empapada, ya que el paraguas era demasiado pequeño, y me aseguré de proteger a Jessica de la lluvia helada.



Los días desde ese punto pasaron tan silenciosamente que me fue imposible detenerme a observar algo que no fuesen las clases o las labores cotidianas de la casa, Jessica parecía triste, estaba segura que ella extrañaba a Edward tanto como yo, sin embargo, no volvió a preguntar por él, como si supiese que ya era suficientemente doloroso el haber tomado la decisión de sacarlo de nuestras vidas.

Lo había decidido mientras lloraba unos días atrás en el bosque. Un estúpido enamoramiento adolescente no correspondido era algo por lo que no estaba dispuesta a pasar.

Al profesor Cullen no le di ni un sólo motivo para si quiera mirarme mal, llegaba justo a tiempo, antes de que él entrará, y me marchaba en cuanto el timbre sonaba; durante su clase, me mantenía en mi lugar mirando siempre hacía el frente, e ignorando cualquier distracción, incluyendo los mensajes en papel que Edward dejaba sobre mi cuaderno.

"¿Estás molesta?"



"¿Es por Emmett?"



"¿No volverás a hablarme?"



Y así pasaron otras dos semanas…

—¡Oh, por dios! ¡Angela!

Me quejé muy bajo, haciendo una mueca de fastidio por inercia cuando oí la voz de Lauren en un chillido emocionado.

—¡Lo sé, lo sé! —respondió la aludida en el mismo tono, suspiré resignada y cerré los ojos sintiéndome incapaz de salir y encararlas—. Aún no me lo creo.

Me quedé muy quieta dentro del cubículo, donde había pasado escondida del consejero escolar todo el receso.

—Vaya… —soltó Lauren de pronto, notablemente más tranquila, con cierto tono de concentración en su voz—. He de admitir que es algo extraño y a veces asusta, pero, sigue siendo increíblemente sexy.

—Y lindo —suspiró Angela, interrumpiendo a su amiga.

Lauren soltó una ricita emocionada a la que se unió Angela y continuó.

—Así que… ¡¿Te pidió una cita?

—¡Nuestra primera cita! —exclamó emocionada Angela, provocando otra ronda de risas.

Fruncí el ceño, porque no me gustaba nada lo que estaba oyendo, y me negaba a ver lo evidente, crucé mis brazos frente a mi pecho, porque de pronto no supe qué hacer con ellos, y cerré los ojos soltando un nuevo suspiro tembloroso.

Sentí sus pasos alejarse y volví a abrir los ojos sintiéndome inmensamente aliviada, pero Lauren volvió a hablar antes de que saliesen.

—Una cita con Edward Cullen, eres demasiado afortunada —comentó Lauren en tono bromista, antes de oír cómo la puerta del servicio de chicas se abría y cerraba.

Ellas jamás se habían metido conmigo en ningún sentido, es más, no habíamos compartido más que un saludo cordial si nos topábamos inevitablemente de frente en algún pasillo o clase. Lauren era el tipo de chica extrovertida, graciosa, bonita y rubia del instituto, mientras Angela era del tipo tímida, amable y encantadora. No había nada ni en ellas, ni en su actitud que me hubiese perjudicado o dañado jamás.

Pero en ese preciso momento, sentía que eran las peores personas en el mundo.

Dejé mi cabeza caer hacía adelante, dándome un pequeño golpecito contra la pared no tan fuerte como para que doliese, pero si para que provocará un pequeño sonido.

—Eres tan ridícula, Isabella —me reprendí, susurrando en voz alta.

Pestañeé un par de veces y me concentré en respirar un par de minutos antes de salir de mi triste escondite.

En cuanto salí del baño de chicas comencé a caminar a mi casillero en busca de las cosas para mi siguiente clase.

—Por supuesto que va a salir con ella —me susurré con la cabeza tan inclinada que debía ser difícil que estaba moviendo los labios—, ella es linda y… perfecta y tú eres tan tonta —me regañé cruelmente sintiendo que todo era mi culpa, si no me hubiera hecho falsas expectativas seguramente todo aquello no estaría siendo tan doloroso.

—Tonta, tonta, tonta —continué repitiendo, mientras apuraba el paso y agachaba aun más la cabeza al sentir mis ojos llenándose de lágrimas.

Estaba completamente distraída lamentándome que no note que alguien venia caminando igual de rápido que yo pero hacia mí, hasta que mi cuerpo colisionó con otro extraño y una grosera maldición se oyó enérgica.

—Lo siento —me disculpé automáticamente, pero luego sacudí la cabeza al levantar la mirada y ver que era un enorme chico de ultimo año que no conocía y seguía insultándome como si hubiese asesinado a su madre en lugar de solo haber tropezado con él por accidente—. No, no es cierto, no lo siento en absoluto… Idiota —mascullé mientras lo rodeaba y continuaba mi camino sin prestarle atención.

Se formó un pequeño alboroto a mis espaldas pero lo ignore completamente. Finalmente llegué a mi casillero y pude llevar a cabo mi labor, cuando estaba acomodando mi bolso sentí una mano sobre mi hombro izquierdo, mientras oía la voz de la última persona a la que quería tener cerca.

—¡Swan!

Suspiré, por enésima vez en el día y gire sobre mi misma para quedar cara a cara con el profesor Cullen, que, nada sorpresivamente estaba mirándome como si fuera el anticristo.

—Señor Cullen —saludé abrazando los cuadernos que tenia en los brazos—. ¿Algún problema? —pregunté dándole a propósito a mi tono un toque desafiante.

Estaba harta, si él quería verme como un problema, lo sería.

Frunció los labios dándose una imagen imposiblemente más agresiva, y tuve que dar medio paso atrás, realmente era enorme y amenazante cuando lo quería.

—Tenias una cita con el consejero escolar otra vez —pronunció lentamente entrecerrando los ojos sin desclavarlos de los míos—, y otra vez, no apareciste.

—Lo olvidé —Susurré intimidada sin poder evitarlo, carraspeé para conseguir hablar normalmente y agregué a propósito, más segura esta vez—. Otra vez.

Comenzó a resoplar por la nariz y me asusté, porque parecía muy enojado, pero me mordí el interior de la mejilla y me quedé ahí, sin ceder ni un milímetro, hasta que bufó, más frustrado que molesto.

—Tú no me agradas y yo no te agrado —comenzó inclinándose un poco más cerca para hablarme confidencialmente—. Irás con el consejero durante mi clase —continuó afirmando sin dar lugar a replicas—, así todos felices, tú vas a contarle tus traumas que te han llevado a ser un fracaso de ser humano al consejero y yo me libero de ti durante un tiempo considerable.

Apreté la mandíbula y hablé sin siquiera pensar.

—Yo no soy ningún fracaso.

Él sonrió cínicamente, como si le causara mucha gracia.

—Además eso no es correcto, no puede evaluarme si no estoy en su clase.

—Créeme, ahora mismo sería capaz de mover el Everest si eso me asegurara que iba a conseguir alejarte de nosotros.

Nosotros.

Eso dolió, por alguna razón que desconocía él pensaba que yo era una persona tan terrible que ni siquiera valía la pena conocerme y asegurarse antes de juzgarme.

Se dio la vuelta y se alejó sin decir nada más.

—Soy una persona valiosa —susurré en voz alta mirando su espalda alejarse—. Lo soy —me repetí tratándome de convencer que él no tenía razón en nada de lo que dijo, sólo estaba siendo prejuicioso… Aún así, ese molesto peso en mi pecho seguía ahí.

Produje un extraño sonido que sonó curiosamente como el gruñido de un animal, mientras me daba la vuelta también y me iba a mi clase.

—Estúpido, estúpidos todos.



La hora de irse a casa llegó y afortunadamente ese día no estaba lloviendo, habría sido el colmo de mi horrible día, pensé mientras salía del edificio para buscar a Jessica al suyo.

Me puse la capucha de mi chaqueta a propósito para anular mi visión periférica cuando pasé por el estacionamiento en caso de que Edward estuviese ahí. Absolutamente inútil, pensé, cuando lo vi en la entrada principal de la primaria charlando animadamente con Jessica.

Pero no sentí incomodidad o molestia, hace días no me permitía verlo, mirarlo en serio y una estúpida sonrisa se formo en mis labios cuando reparé en lo dolorosamente guapo que se veía ese día, más aun, en ese momento sonriéndole a mi hermana así.

Sacudí la cabeza y pensé que no importaba si salía o no con Angela, finalmente, también era mi amigo, también yo tenia derecho a estar con él, aunque no me quisiera de la misma forma en la que yo lo hacía.

Totalmente determinada caminé hacía Edward y Jessica, con la misma sonrisita en los labios. Pero alguien llegó junto a ellos antes que yo, o mejor dicho cuatro personas.

Me detuve, una vez más, y como si jamás hubiese existido siquiera el pensamiento de que podía seguir siendo su amiga, mi ánimo se fue al piso, junto con un solo pensamiento.

No puedo compartirlo.

Otro estúpido suspiro.

—¡Bella! —gritó Jessica en cuanto me vio, una sonrisa sincera, pero no muy animada se formó en mis labios al escuchar la honesta alegría y cariño en su voz.

Terminé de caminar hasta llegar junto a ellos y mi hermana me envolvió con sus pequeños y siempre calidos bracitos.

—Hey, Jess —saludé devolviendo el abrazo y besando el tope de su cabeza, siendo muy consciente que cinco pares de ojos me miraban atentamente.

—Lauren, Angela —saludé escuetamente sin mirarlas—. ¡Hey chicos! —saludé esta vez con más entusiasmo a los gemelos Webber… Eran agradables y buenos amigos de mi hermana desde siempre, pero yo no recordaba sus nombres y mucho menos cual era cual.

—Hola, Bella —devolvieron el saludo haciendo reír a su hermana.

—Sí… Hola a mí también —susurró Edward mirándome con el ceño fruncido.

Lo miré y traté de sonreírle a modo de saludo, consiguiendo una mueca parecida a una sonrisa, él cambió el gesto de su rostro y me miró como queriéndome decir muchas cosas, pero miró a nuestros acompañantes y pareció contenerse.

—Vamos, Jess —dije finalmente, sin estar dispuesta a que fueran ellos quienes nos despidieran—. Adiós —alcé mi mano en un gesto de despedida general y me fui.

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