Summary: Una vida marcada por el abuso y la violencia, un baúl lleno de sueños y el descubrimiento de lo bello que es vivir de la manera menos esperada... Los sueños, aveces se hacen realidad.
Disclaimer: Los personajes de esta historia le pertenecen a Stephenie Meyer.
Capítulo VII.
Ángel.
…......
Lo miré y traté de sonreírle a modo de saludo, consiguiendo una mueca parecida a una sonrisa, él cambio el gesto de su rostro y me miró como queriéndome decir muchas cosas, pero miró a nuestros acompañantes y pareció contenerse.
—Vamos, Jess —dije finalmente, sin estar dispuesta a que fueran ellos quienes nos despidieran—. Adiós. —Alcé mi mano en un gesto de despedida general y me fui.
…......
No podía dejar de dar vueltas en la cama, probablemente ya era tardísimo, todo estaba absolutamente oscuro, a penas lograba distinguir las figuras de los muebles en el cuarto y, aunque la única ventana en el lugar no tenía cortinas, no podía ver más que oscuridad através de ella.
Es más o menos como yo definía Forks; un profundo y negro agujero de oscuridad.
Tomé la almohada y la puse sobre mi cabeza como si así se fueran todos los pensamientos que estaban atormentándome. Estaba muy concentrada en mi labor, pero no lo suficiente como para ignorar el hecho de que la vieja ventana del cuarto, acababa de crujir.
Me congelé, con las manos aún sobre la almohada y me concentré en oír en caso de que hubiese sido el viento o una rama.
Otra vez.
Quité la almohada en seguida y me senté en la cama mirando hacia la ventana que estaba junto a la cama, encima del buró que separaba mi cama de la de Jessica. La miré aterrada y luego la ventana, la figura de una persona se distinguía con cierta dificultad por la espesura de la noche, pero era innegable que estaba ahí.
Cuando vi a la figura forcejeando con la ventana, me levanté pensando sólo en que no permitiría que un extraño entrase al cuarto mientras mi hermana estaba ahí, indefensa; tomé un zapato que encontré en el piso, me acerqué rápido y la abrí sin pensarlo demasiado, una ráfaga de aire helado entró y con él un horrible olor a alcohol.
Comencé a golpear al extraño con el zapato sin detenerme a preguntar y éste comenzó a quejarse enseguida
El hombre intentó sujetar mis muñecas, probablemente para detener mi precario ataque, y cuando finalmente lo consiguió, pensé con extrañeza que el "Intruso" estaba siendo demasiado gentil.
Un pensamiento estúpido, que duró sólo un segundo.
—¡Cálmate! ¡Vas a despertar a Jessica!
El susurro urgente del sujeto logró congelar cualquier parte de mi cuerpo que estuviese viva.
Porque no era ningún extraño.
Yo conocía a ese sujeto.
Enfoqué mi mirada con cuidado y vi al chico frente a mí, con una postura inestable y apestando a licor barato.
Yo conocía ese estado, también.
—¡Edward! ¡Por Dios! —jadeé demasiado sorprendida para decir algo más—. ¡Estas borracho otra vez! —junté las palabras finalmente mientras lo sentaba en mi cama.
Refunfuñó un par de cosas que no comprendí y me permitió guiarlo, hasta que se estabilizó en la cama, sentado, con una postura decentemente erguida para su condición.
Toqué su mejilla derecha con mi mano, sentándome frente a él en la cama, y acaricié con cuidado la línea de su mandíbula.
—¿Por qué te haces esto? —pregunté, francamente triste.
Me negaba rotundamente a comparar a Edward con Earl, bajo ningún punto de vista.
No, no lo era.
Pero ¿Cómo no sentir un vacío en la boca del estómago al verlo así? ¿Cómo no aterrarme? Por él… Por mí.
Estaba segura que no sobreviviría a otro vicioso en mi vida, estaba segura que no o al menos no saldría bien parada de aquello.
—¿Estás enojada conmigo? —susurró mirándome con los ojos rojos e hinchados, parecía como si hubiese estado llorando y no por la borrachera.
Negué con suavidad y me acomodé más cerca de él.
—No, enojada no —respondí mirándolo con tristeza, odiaba verlo así, odiaba que el alcohol ahogara su delicioso aroma natural, que tiñera de esa horrenda forma su voz, odiaba que él se hiciera aquello.
Edward se inclinó más cerca de mí, y posó sus manos en mis mejillas acercando mi rostro al suyo hasta quedar a un par de centímetros.
—¿Entonces porque me alejas? —murmuró mirándome tan intensamente que sentí que mis huesos se derretían.
—Edward… —susurré, sin estar muy segura de qué decir, sus ojos reflejaban tanto dolor, un dolor oculto, uno que lo hacía vulnerable y parecía suplicarme a la vez con la mirada que lo ayudara a espantarlo.
—No lo hagas por favor —rogó cerrando los ojos y acercando más su rostro hasta descansar su frente sobre la mía—. No te alejes.
Volví a sentir el aroma a alcohol y me revolvió el estomago, pero no fue nada en comparación a lo que sintió mi corazón al saber que Edward estaba haciéndose daño.
—No sabes cómo me duele verte así —confesé finalmente provocando que abriera sus ojos.
—Y tú no sabes cuánto te necesito. —Fue un murmullo increíblemente bajo, pero entonado con tanta urgencia y desesperación que no podía justificar.
¿Sería por la borrachera? ¿O habría algo sobre la vida de Edward que yo no conocía?
Sentí sus pulgares acariciando mis mejillas y movió su cabeza ligeramente provocando que su nariz se frotara con la mía.
—¿Vas a salvarme, ángel? —susurró sin abrir sus ojos, estaba acercándose lentamente, haciendo desaparecer el espacio que separaba nuestros rostros.
—¿De qué? —murmuré abrumada por su cercanía, no podía concentrarme en sus palabras porque sus acciones indicaban sólo una cosa, y me ponía sumamente nerviosa. Edward estaba buscando mis labios con los suyos, primero los posó sobre mi mejilla, muy cerca de mi boca.
No estaba segura de querer eso, jamás me habían besado, no sabía hacerlo, estaba asustada por no hacerlo bien y que no le gustara, estaba preocupada porque mañana él no lo recordara o se arrepintiese, estaba reticente porque no era así como había imaginado mi primer beso.
—De mí… —respondió, finalmente acariciando mis labios con los suyos al hablar, y el sólo sentir su suavidad, el sólo saber que era él quien estaba haciéndolo, hizo estallar una bomba de mariposas en mi estomago, sentí como si millones de hormigas recorriesen cada centímetro de mi piel y de pronto no pude seguir respirando, pero ya no fue una necesidad.
No mientras él tuviese sus labios sobre los míos.
Suspiré cuando la falta de aire me reclamó y en el acto, Edward presionó su boca sobre la mía, haciéndome inspirar con fuerza en un intento automático por calmar los furiosos latidos de mi corazón. Sus labios se movieron con insistencia y torpeza, esta ultima recordándome amargamente cual era su estado, sin embargo, cuando sus manos se movieron para envolver mi cintura y sostener mi nuca respectivamente, lo olvidé todo, si alguien me hubiese preguntado cuál era mi nombre en ese momento, por dios que no lo recordaría.
Incluso, olvidé que Jessica estaba ahí, en la cama paralela a la mía, hasta que su voz somnolienta me regresó a la tierra.
—¿Bella? —su llamado fue seguido por el "click" del interruptor de la lámpara sobre el buró.
En seguida puse ambas manos en el pecho de Edward y lo empuje sin dificultad, cayó de espaldas sobre mi cama y se sostuvo de los codos para no quedar completamente recostado.
No estaba segura si mi hermana lo vio prácticamente sobre mí, besándome, pero no hizo ningún comentario al respecto, se veía muy confundida y pasaba su mirada de Edward a mí, con los ojos entrecerrados por haber despertado recientemente.
—¿Es Edward? —me preguntó finalmente, yo me había movido hacía la punta de la cama y estaba sentada ahí muy erguida, fingiendo que nada pasaba—. ¿Qué hace aquí? —Su voz curiosa pareció llegar por primera vez a Edward, que se dejó caer de espaldas en mi cama y luego se puso de lado abrazando mi almohada con una sonrisa perezosa.
—No lo sé —respondí con sinceridad ladeando mi cabeza para mirarlo desde otro ángulo y una sonrisa de pura ternura se formó en mis labios al verlo en esa posición.
—Sí lo sabe —habló Edward, sin abrir los ojos, pero su ceño se frunció—. Las extrañaba.
Sentí mi pecho crecer de pura emoción ante sus palabras. Eso sonaba muy bien.
Me levanté de la cama y le quite los zapatos para que durmiese más cómodo, luego lo cubrí con las mantas y me incliné para besar su mejilla, sin embargo a mitad de camino me arrepentí y simplemente le susurré un suave "también te extrañamos". Su ceño se relajó en seguida y sus labios volvieron a estirarse en una sonrisa.
Me giré hacía la cama de mi hermana y ella se movió haciéndome espació.
—Vas a tener muchos problemas si Earl lo encuentra aquí —murmuró preocupada cuando me metí en la cama con ella.
Apagué la luz y me cubrí hasta el cuello con las mantas.
—No voy a dejar que se vaya así —respondí de la misma forma que ella.
La noche no fue tan larga como habría de esperarse ya que no dormí absolutamente nada, por una parte atenta a la puerta en caso de que Earl decidiera aparecer, y por otro lado, no podía dejar de revivir el momento en mi mente, cómo se sentían sus labios sobre los míos, cómo sus manos me sujetaron cerca de su cuerpo como si quisiera fundirse conmigo.
Y me asusté mucho más también, porque lo que sentí cuando él me beso, era indescriptible, y demasiado poderoso.
Pero llegó un momento, cuando comenzaba a amanecer, donde me dormí sin quiera notarlo. Desperté sobresaltada y asustada al ver mi cama vacía, pero me calmé al ver la ventana del cuarto medio abierta y luego, en uno de mis cuadernos que estaban sobre el buró, Edward había escrito una escueta nota:
"Lo siento mucho."
Por supuesto que sí, pensé. No habría forma de que él me basará conscientemente y mucho menos de la manera en que lo había hecho.
…
Estaba frente a mi casillero guardando los libros de mi anterior clase y sacando los de la siguiente, estaba muy nerviosa y las manos me sudaban y temblaban patéticamente. Me había pasado toda la mañana evitando a Edward para ahorrarme la vergüenza y tristeza de que se disculpará en persona, en especial porque yo estaba en pleno dominio de mis sentidos y había respondido con avidez.
No tenía cómo explicarle aquello.
"Resulta que estoy completamente loca por ti."
Definitivamente, no.
—Bella.
Los libros resbalaron entre mis dedos y cayeron al suelo de golpe, aunque intente detenerlos con mis manos, fui demasiado lenta y torpe. Me agaché en seguida ignorando a la persona que me había hablado, pero él se agachó junto a mí y recogió con mucha más eficacia mis cosas.
—Lo siento, no quise asustarte —se disculpó y me negué a mirarlo cuando me tendió mis cosas, y nos levantamos, clavé la mirada al piso.
—No te preocupes —dije con la voz sonando particularmente rasposa, me aclaré la garganta y tomé mejor mis libros con ambos brazos—. Y gracias.
Me arriesgué a mirarlo sobre mis pestañas, y me sorprendió verlo mirándome con ternura, y con una sonrisa que rayaba en la timidez.
—Siempre es un placer, ángel —pronuncio con tanta suavidad que, cuando sentí una suave caricia en mi mejilla, pensé por un momento que eran sus palabras, sin embargo, después fui consciente que eran sus dedos los que recorrían con vehemencia mi mejilla.
—Sobre anoche… —Hasta ese momento mi pulso se había acelerado de puro nerviosismo, pero ante la sola mención de la noche pasada, sentí que las piernas no me sostendrían.
Yo no estaba lista para aquella conversación.
—¡Cullen! ¡A clases! —La voz molesta del señor Cullen me hizo suspirar de puro alivio; por primera vez, me sentí feliz de verlo—. Y tú —me apuntó con su cabeza sin ocultar su desagrado—, el consejero te espera.
—Claro —asentí, un poco sin aliento—. Nos vemos, Edward —me despedí con una sonrisa nerviosa.
—¡Espera! —tomó mi mano provocando que me detuviera y volteé enseguida.
—¡Cullen! —reprendió el maestro con voz urgente.
—¡Dame un maldito segundo, Emmett! —espetó entre dientes, borrando cualquier resquicio de ternura de su rostro o voz.
—Esta bien, Edward —calmé, poniendo mi mano sobre la suya, que seguía envolviendo mi muñeca—. Puedes decirme lo que sea más tarde.
—Promételo —me urgió, suavizando su voz, pero no tanto como antes.
—Lo prometo —afirmé titubeante, logrando que sonara más a una pregunta.
Me zafé de su agarré y me fui a toda prisa, nunca había estado con el consejero, ni siquiera sabia que existiera uno. Por lo tanto no sabia donde quedaba su oficina y mucho menos, a donde me dirigía.
Pero aún sentía las mariposas en mi estomago y sus palabras daban vueltas en mi mente, su mirada, su voz.
"Siempre es un placer, ángel."
Sonreí como una tonta al notarlo, me había dicho ángel, otra vez. Y estaba completamente sobrio.
Iba soñando despierta como siempre y choqué con la señora Cope, que me miró con reprobación por estar deambulando en horas de clases en los pasillos, así que le expliqué que buscaba la oficina del consejero escolar. Me dio dos instrucciones y siguió su camino.
Finalmente di con el lugar, estaba al otro lado del edificio, casi nadie iba ahí, porque esos salones estaban demasiado viejos y en mal estado, había una oficina pequeña al final del pasillo, y en un trozo de madera decía: "Hale, consejero escolar"
Suspiré un par de veces y conté hasta diez antes de dar dos golpes con mis nudillos en la puerta.
—Adelante —la voz sonó amortiguada por las paredes, pero era sin lugar a dudas suave y femenina.
Lo hice con cierta desconfianza, no que esperara un oso, o un personaje de película de terror, pero no estaba segura de que, aquella conversación, fuera a salir bien.
—Tú debes ser… —La mujer estaba sentada detrás de un pequeño escritorio, y estaba revisando unos papeles sin mirarme—, Isabella Swan, ¿no? —Al fin pareció dar con lo que buscaba y tomó la carpeta acomodándola sobre las demás y abriéndola para revisar su contenido.
—Ajá —murmuré, paseando la mirada por el pequeño lugar, en la pared derecha había una repisa con muchos libros que parecían muy viejos, en medio del lugar estaba el escritorio de madera, al parecer tenia una pata coja, porque en una de las patas había una tapa de refresco hacinado de soporte para nivelar, en la pared detrás del escritorio habían dos ventanas, medio cubiertas con unas cortinas azul cielo, frente al escritorio habían dos sillas que debieron ser de alguno de los salones deshabitados, porque se veían tan maltratados como ellos por el paso del tiempo, en la pared izquierda había un sofá de dos cuerpos, se veía nuevo y bastante cómodo, y pensé que era rarísimo que la escuela hubiese gastado en algo así.
Junto al sofá, vi una mesita plegable, pequeña, donde había una cafetera, un par de tazas y algunas galletas.
El color en las paredes era de un suave tono damasco, tenia la apariencia de haber sido pintado recientemente.
—Bueno, señorita Swan. —Volví mi atención a la mujer y noté que me estaba evaluando con sus fríos ojos azules—. Soy Rosalie Hale, la consejera escolar.
Su tono fue tan frío como su mirada.
—Ni siquiera sabia que había uno —pronuncié distraída—. Ni que había gente tan elegante en Forks.
Cuando una de sus cejas se alzó con escepticismo, me di cuenta que había pensado en voz alta, no dije nada más, fingiendo que nada había pasado y al parecer ella decidió lo mismo, porque me hizo un gesto con la mano para que me sentará en una de las sillas frente a ella, y lo hice, muy cerca de la punta, con mis cosas descansando en mi regazo y ambas manos sujetándolas.
Y evitando su mirada calculadora. Era como si desconfiara de mí.
Sepa Dios por qué… Y su apariencia, nada que haya visto antes. Parecía muy profesional y eficiente, de los pies a la cabeza, podía ver unos tacones negros por debajo de la mesa y parte de sus pantorrillas, por lo tanto estaba usando una falda, llevaba una blusa blanca con rayas negras y un chaleco que supuse hacia juego con la falda, su cabello rubio estaba recogido en un rígido moño en su nuca, y tenia unos lentes de montura negra que enmarcaban su rostro en pura seriedad.
—Suele faltar mucho a clases —comenzó volviendo a leer los papeles—. Y el señor Cullen, su maestro de ética y relaciones humanas, no tiene una buena opinión sobre usted…
—Él no me conoce —interrumpí, impulsivamente.
Sus ojos se movieron para enfocarme y me callé.
—Hay otros maestros que se quejan de su falta de atención y constantes problemas para trabajar en equipo en clases —continuó sin desclavar sus ojos de los míos.
—Trabajo mejor sola —me defendí mirando mis manos.
—¿Hay algo sobre la escuela que no le guste? —Su voz se suavizó pero no dejó la postura profesional—. ¿Tiene problemas con sus compañeros?
Negué suavemente sin levantar la mirada.
—Lo normal, no soy muy sociable.
Sentí el sonido de las hojas al pasar y me atreví a mirarla cuando pasaron algunos segundos en los que ninguna de las dos hablo.
—Sus padres murieron hace unos años. —Su mirada volvió a los papeles, parecía muy concentrada absorbiendo cada palabra en ellos.
No me molesté en contestar, porque me pareció que no hablaba conmigo.
—¿En qué nivel ha afectado eso en su vida?
Su pregunta fue estúpida, con todas sus letras, sin embargo, me esforcé por ser amable.
—Supongo que en el nivel que a cualquiera le afectaría —dije tratando de sonar firme.
Ella levantó la mirada de los papeles una vez más y sus ojos parecían querer leer mi mente.
—La gente habla de usted, señorita Swan. —Su voz se hizo extrañamente profunda—. Por alguna razón que desconozco, toda la gente con la que he hablado desde que llegué a este pueblo me ha dicho o insinuado que la gente de "la casa Swan" es un mal elemento para la comunidad.
—La gente dice muchas cosas —susurré cohibida imaginando todo lo que debieron decirle—. La mayoría son mentiras.
—¿Y por qué mentirían? —inquirió como si lo que yo dije hubiese sido una locura.
No contesté. ¿Qué caso tenía? Finalmente, ella no era del pueblo, ella no era como yo, ella era exactamente como el señor Cullen, de fuera, con muchos aires, y prejuiciosa.
Podía ver que ya me había juzgado.
Unas cuantas preguntas más, unas cuantas evasivas, y a penas sentí el timbre que anunciaba el momento de cambiar de clase, me levanté queriendo salir corriendo.
—Tengo que irme —me disculpé apresuradamente—. Fue un placer y gracias —dije finalmente girando sobre mi misma para dirigirme a la puerta.
—Señorita Swan. —Su voz, seguida por el sonido de sus tacones repiqueteando contra el piso, me detuvieron. Me volteé otra vez y ella ya estaba frente a mí—. Estoy aquí para ayudarla, no para ser su enemiga, no es necesario que huya así de mí. —Su voz sonaba seriamente sincera, poniéndome ligeramente nerviosa.
¿Qué se suponía que debía decir?
No tenía idea y en un gesto involuntario levanté mi mano hasta mi cabello y lo retiré de mi cara hacía atrás con mis dedos. Sus ojos volaron a mi muñeca y su ceño se frunció tan profundamente que no lo comprendí.
—¿Qué es eso? —indagó con voz profunda y sospechosa, confundida, bajé mi mano y examiné mi muñeca que había quedado al descubierto al levantar el brazo.
—A- Amm —tragué pesadamente y tomé la punta de la manga de mi suéter y la volví a bajar para que cubriera los hematomas que me había dejado Earl en nuestro último encuentro—. No es nada.
La señorita Hale tomó mi mano con delicadeza y recogió mi manga otra vez, dejando a la vista claramente las marcas en mi muñeca, luego la soltó y tomó la otra y repitió la acción, encontrándose con el mismo panorama.
—Por Dios… —susurró completamente absorta examinando ahora ambas muñecas.
—No es nada, sólo fue un accidente —mentí rápidamente.
Su mirada se elevó a mis ojos, aún sosteniendo mis manos con las suyas, estaba mirándome completamente sorprendida e incrédula.
—Tienes marcas de dedos en tus muñecas —pronunció lentamente como si estuviese informándome de algo nuevo—. No fue un accidente.
Mi respiración se agitó un poco, mientras pensaba alguna mentira para justificarme. Pero entonces lo entendí, no necesitaba justificarme, porque yo no había hecho nada malo, además, ella no sería ni la primera ni la última en enterarse de aquella vergonzosa verdad.
—No, no lo fue —confirmé soltándome de su agarre, y crucé mis brazos sobre mi pecho a la defensiva.
Su mirada se dulcificó y su rostro cambio a compasión de la más pura que yo había visto, me sentí sumamente incómoda, cuando ella se quedó ahí, en silencio, mirándome, como si entendiera y sufriera lo mismo que yo.
—Voy a llegar tarde a clases —pronuncié torpemente, sintiéndome increíblemente incomoda, me giré una vez más y escapé de ella a toda prisa.
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