miércoles, 14 de septiembre de 2011

Sueño de Amor - Chapter 3

Summary: Una vida marcada por el abuso y la violencia, un baúl lleno de sueños y el descubrimiento de lo bello que es vivir de la manera menos esperada... Los sueños, aveces se hacen realidad.

Disclaimer: Los personajes de esta historia le pertenecen a Stephenie Meyer.

Capitulo III.

Relaciones humanas.


…......

—¿Dónde vamos? —pregunté dudosa, tratando de mantener el control del auto, mientras salía del estacionamiento.

—A la cafetería de los Webber —opinó Jess, quitándole la botella de la mano a Edward que se había dormido—. Esto es asqueroso —se quejó refiriéndose a la botella que lanzó por la ventana.

—OK, a la cafetería de los Webber —repetí nerviosa, sintiéndome completamente rígida y también sintiendo cómo mis manos comenzaron a sudar.

Y trataba de concentrarme en no estampar el costoso auto de Edward contra algún árbol.



—¿Te sientes mejor? —pregunté molesta, mirando a Edward que estaba frente a mí desparramado sobre un sofá, con un brazo sobre los ojos.

Torció los labios en disgusto al oír mi tono desagradable y descubrió uno de sus ojos para mirarme un momento antes de murmurar algo que no oí pero probablemente no serían halagos.

Estábamos en la cafetería de los Webber ya hacía unas horas, Edward se había desplomado sobre uno de los sofás al fondo del lugar y no se había movido de ahí.

Seguía agradecida porque no hubiese vomitado.

Él ya había bebido algunos cafés y Jessica lo había obligado a comer unos panecillos, ya no parecía a punto de perder la conciencia, sino más bien, parecía que lo acabaran de sacar de una licuadora.

—Me parece enfermo —susurró mi hermana sentada junto a él, mirándolo mortificada.

Me mordí la lengua para no decir lo que estaba pensando, una costumbre adquirida con el paso de los años, pero definitivamente ,a mí, también me parecía enfermo; me acerqué despacio, intentando que no lo notase y me senté a su derecha, miré a Jessica que seguía a su izquierda, y luego paseé mi mirada por la cafetería de los Webber: nadie parecía estar observándonos especialmente, pero yo sabía que estarían atentos a nuestros movimientos.

Pueblo chico, infierno grande.

Los minutos dieron paso a las horas y me pareció que Edward se había dormido, ya había anochecido y comencé a ponerme nerviosa, deberíamos estar en casa hacía horas.

—¿Edward? —susurré despacio, inclinándome ligeramente sobre él, sin llegar a tocarlo, aprovechando que mi hermana había ido al baño, para despertarlo—. Edward —llamé otra vez al ver que no respondía, toqué su hombro despacio, sin embargo no tuve éxito, bufé frustrada y lo sacudí aún más fuerte.

Se levantó de golpe quedando sentado en el sofá, me petrifiqué en cuanto noté su rostro tan cerca que sólo podía ver sus ojos, y algo envolvió mi cuerpo por completo, no físicamente, pero me sentí abrazada, fuerte, sus ojos parecían tan profundos y por un momento creí ver hasta su último pensamiento, hasta su último anhelo, y hasta el último sentimiento oculto en su corazón. Fui consciente de los matices verdes en sus pupilas, como si de un mapa hacia algún lugar se tratase.

Parecía completamente confundido, pero no se alejó, y su expresión se fue suavizando poco a poco, hasta que pareció verme por primera vez.

—Hola… —susurré con voz ahogada, sin querer.

Pestañeó un par de veces y se alejó de mí , sacudió su cabeza y la sostuvo entre sus manos como si le doliese demasiado.

—¿Qué…?

Su pregunta quedó en el aire pero respondí a lo que posiblemente se refería.

—Estabas bebiendo en el estacionamiento de la escuela, mi hermana y yo te trajimos aquí.

Hizo una mueca de desagrado sin mirarme y habló con voz rasposa.

—¿Por qué?

—Estabas borracho —respondí sinceramente.

—¿Y qué? —inquirió a la defensiva, levantando la cabeza para mirarme mal.

—Sólo quisimos ayudarte —respondí frunciendo el ceño, molesta por su actitud agresiva hacia mí.

Bufó, esquivando mi mirada y volvió a murmurar demasiado bajo como para oírlo.

Alguien pronunciando su nombre nos distrajo a ambos. El profesor Cullen caminaba hacia nosotros pareciendo realmente molesto.

—¡¿Me puedes decir qué rayos hay en tu cabeza? —preguntó en cuanto llegó junto a nosotros.

Edward giró la cabeza para mirar a su hermano y luego en un fluido movimiento se levantó quedando casi de su altura, sacudió su cabeza y caminó hacía la salida, sin dedicarme siquiera una mirada.

El profesor Cullen apretó los puños y la mandíbula, pareciendo completamente furioso, me sentí totalmente intimidada, asustada, el profesor Cullen era enorme, y con aquella actitud me provocaba escalofríos, bajé la mirada y apreté los labios reprendiéndome mentalmente por ser tan cobarde.

Oí una maldición, y pasos fuertes alejándose. En cuanto levanté la cabeza las campanillas de la puerta de entrada ya tintineaban haciéndome saber que alguien acababa de salir.

Solté de pronto todo el aire que había estado atorado en mi garganta y me permití a mí misma relajarme.

—¿Y Edward? —Oí la suave voz de mi hermana demasiado cerca y noté que estaba de pie junto a mí.

Me tomó un par de segundos salir de mi aturdimiento.

—Se fue —respondí simplemente, poniéndome de pie y calzándome mi abrigo.

—¿Se fue? ¿Solo? —preguntó, tomando su abrigo e imitando mis acciones.

Negué tratando de no darle importancia y al ver la cara interrogante de mi hermana agregué.

—El profesor Cullen vino por él.

Su ceño se frunció en confusión, probablemente preguntándose lo mismo que yo.

¿Cómo se habría enterado él dónde estaba Edward?

Sin embargo aquel pensamiento no duró demasiado cuando recordé cómo habíamos llegado, y que era un hecho que deberíamos caminar a casa.

El camino fue largo, frío y oscuro, sin embargo no fue tan desagradable como esperaba, pensé en Edward y en cómo me hacía sentir, era extraño, y a veces agradable, aunque asustaba.

Esa noche dormí especialmente bien, al parecer Earl había pasado la noche fuera, o se habría encerrado en su cuarto a drogarse hasta quedar inconciente.

Nada que me importase demasiado.

La escuela fue más de lo mismo, y la garganta se me cerraba cada vez que algo me recordaba a Alice o Jasper, y eso era bastante seguido.

Caminar sola por los pasillos del edificio, estar en cada clase igualmente sola, no hacía más que aumentar las emociones negativas que solían apoderarse de mí, mi mente era un desagradable nido de ideas fatalistas y pensamientos destructivos. Las cosas no pintaban demasiado bien para mí.

Pero seguía respirando, viviendo, y debía hacerlo bien si aspiraba a conseguir algo mejor, ya no por mí, sino por Jessica. En clase de matemáticas mi ánimo decayó aún más, había tenido sólo dos clases y ya estaba absolutamente perdida entre números y letras.

Decidí que no iba a darme por vencida, si permitía que una simple clase de matemáticas me desanimara, las cosas iban a ser bastante deprimentes ese año. Así que aproveché el almuerzo para revisar mis notas de matemáticas, seguía sin entender muy bien a pesar de haber puesto toda mi atención en el maestro durante la clase y empezaba a frustrarme. Me acomodé en la mesa más alejada de la cafetería y me concentré en los números, sin demasiado éxito.

Un par de minutos después mientras luchaba contra una horrible ecuación, sentí cómo alguien arrancaba el lápiz de mi mano con suavidad y tachaba unos números, acomodando otros, resolviendo la ecuación. Giré mi cabeza y vi que era Edward, estaba detrás de mí, inclinado sobre la mesa mirando mi cuaderno.

—Estás haciéndolo mal —me informó, aún sin mirarme.

Mordí mi labio inferior sin saber muy bien cómo responder, Edward era extraño, completamente impredecible y no estaba segura si eso me gustaba o asustaba.

—¿Y cómo se hace? —murmuré impulsivamente.

Al fin desclavó su mirada del cuaderno y me miró un segundo antes de sentarse junto a mí y volver a mirar los números.

—Es sencillo —comenzó explicándome cada paso y corrigiendo mis errores.

Y en realidad lo era, no me fue difícil seguir lo que decía y pronto entendí todo. Cuando bajó el lápiz y clavó sus ojos en mí, no pude hacer más que sonreírle tímidamente.

—Entonces, ¿está claro? —preguntó al ver que no decía nada.

—Sí, sí, muchas gracias —respondí atropelladamente, él asintió con un intento de sonrisa.

—Amm… —musitó, luego de un par de segundos de silencio, frunciendo el ceño—, siento lo de ayer.

Volví a morder mi labio nerviosa y sacudí la cabeza negativamente.

—Está bien.

—No, no lo esta —soltó él, junto a un suspiro, giró su cuerpo hacía mí y pasó una mano por su cabello—. No es la primera vez que soy desagradable contigo, cuando es obvio que no tienes la culpa.

—Bueno, al menos te disculpas —respondí, bajando la mirada a mis manos en mi regazo, donde jugaban la una con la otra nerviosas—. La gente por aquí suele ser desagradable y parece orgullosa de ello.

—Tienes razón —concedió esta vez logrando una pequeña sonrisa.

La campana anunciando el término del almuerzo sonó estridente por todo el lugar, él se levantó primero, recogió mis cuadernos y libros de la mesa.

Lo seguí en seguida e intenté tomar mis cosas de sus manos, pero él negó.

—Tenemos la misma clase ahora ¿no? —preguntó, mientras comenzaba a caminar para salir de la cafetería.

Asentí comenzando a caminar junto a él.

—¿No sientes raro que tu hermano te dé clases? —pregunté cuando el silencio comenzaba a tornarse incomodo.

Se encogió de hombros sin mirarme.

Otros largos segundos en silencio.

—Y… ¿Te gusta Forks? —insistí en distender el ambiente.

—No —Negó con firmeza.

—¿Por qué no? —continué, sin saber muy bien por qué no cerraba la boca de una vez.

—¿Siempre hablas tanto? —bufó exasperado, con una mueca de fastidio y desagrado.

Fruncí el ceño en el acto ante su tono hiriente.

—No hagas esto —solté, deteniéndome en medio del pasillo, Edward se detuvo también y se giró para mirarme.

—¿Qué? —preguntó confundido frunciendo el ceño—. ¿Llevar tus cosas?

—No —negué con la cabeza, para dar énfasis a mis palabras—. Hablar conmigo por compromiso —aclaré, su ceño se frunció, incluso más, así que me vi obligada a explicarme—. No voy a decir nada de lo que pasó ayer, y tampoco me debes nada por haberte ayudado.

Abrió y cerró la boca varias veces sin decir nada, hasta que pareció rendirse y me extendió mis cosas.

—Como quieras —masculló enojado, en cuanto tomé todas mis cosas, se dio la vuelta y se alejó.

Solté un suspiro triste al verlo entrar al salón, era lo mejor, yo lo sabía, Edward era un buen chico a pesar de lo que pareciese, y no quería que se sintiese obligado a ser amable conmigo, su actitud incómoda y aspecto de desagrado gritaba que preferiría estar amarrado a las vías del tren.

Lo seguí despacio y entré al salón justo antes de que el profesor Cullen lo hiciera y cerrará la puerta tras de si.

—Buenas tardes, chicos —saludó con una sonrisa amable, algunos saludos en respuesta se escucharon en todo el salón. Mientras caminaba hacia su mesa, dejó sobre el escritorio algunas carpetas y un par de libros que traía en los brazos; yo me sentía cada vez más nerviosa.

¿Me reconocería como la chica que estaba con su hermano el día anterior? ¿Estaría pensando hablar conmigo sobre ello?

Sus ojos se levantaron de los papeles y su mirada se clavó en mí, me tensé completamente, por un ridículo momento pensé que había leído mis pensamientos e iba a irme muy mal.

Sin embargo, su mirada se arrastró lejos de mí y terminó en Edward que era el único que estaba solo en una mesa, además de mí.

—Cullen —llamó endureciendo el gesto—, cámbiate de lugar —ordenó apuntando el lugar vacío a mi lado con una cabeceadita.

—No, gracias —respondió Edward, sin levantar la mirada, esbozando una sonrisa arrogante, su voz grave y sedosa atravesó el salón hasta llegar burlona a su hermano.

El profesor Cullen se irguió en su lugar y enarcó una ceja desafiante.

— Ahora —exigió, con tal autoridad que todos enmudecieron en el acto, no quedó nada de su aspecto amistoso y despreocupado, todos estábamos alerta, excepto Edward, que seguía garabateando en su cuaderno, con una insolente sonrisa arrogante en sus labios.

Y a pesar del tono autoritario y exigente que usó, Edward no se movió.

Apretando la mandíbula, el profesor Cullen rodeó su escritorio y caminó con decisión hasta quedar junto a Edward, donde se inclinó para hablar lo suficientemente bajo para que fuese una conversación privada.

Todos, conscientes del parentesco, estaban que estallaban de emoción y tensión por el chisme de la discusión, todos comentaban en susurros mal disimulados y otros trataban de oír qué decía con tanta fiereza el profesor Cullen.

Pero yo sólo podía clavar mis ojos en la forzada mueca de Edward, sus labios se habían convertido en una fina línea, mientras sus ojos estaban entrecerrados. No había articulado ni una palabra, ni había levantado la mirada, mientras el profesor Cullen estaba cada vez más furioso, sin detenerse siquiera a respirar.

Hasta que, de golpe, Edward se levantó de la silla, produciendo un desagradable sonido metálico, todos se callaron una vez más y pusieron toda su atención a los Cullen. Edward clavó sus ojos en su hermano, una mirada tan fría, tan helada, tan furioso, cargada de tanto odio, que las facciones del profesor Cullen tuvieron que cambiar para mostrar que aquello no lo dejaba indiferente.

Con un bufido, Edward desclavó su mirada de su hermano, un bufido exasperado, molesto, resentido.

Tomó sus cosas y lo esquivó como lo había hecho en la cafetería la tarde anterior, como si de la nada, ese enorme hombre desapareciera.

Estaba tan aturdida que sólo cuando él se dejó caer en la silla junto a mí, recordé que esa había sido la indicación.

Mordí mi labio centrando mi atención en mi cuaderno abierto frente a mí, negándome a mirarlo a él o a su hermano, temiendo sentir más de aquella aplastante y brutal hostilidad.

El silencio se extendió algunos minutos eternos, interrumpidos sólo por los pasos del señor Cullen y su silla cuando la arrastro para sentarse, supongo.

—Está bien, clase, hagamos algo de provecho —habló de pronto el señor Cullen, haciéndome levantar la mirada sorprendida ante su tono jovial y desenfadado, su rostro estaba tranquilo y una perezosa sonrisa brillaba en sus labios—. Todos están en parejas en sus lugares, van a tener una tarea muy importante el resto de la clase —continuó, pasando su mirada por todas partes, pero sin mirar a nadie en particular—. ¡Relaciones humanas! —exclamó con voz divertida como si se tratase de un juego.

Todos los alumnos comenzaron a mirarse unos a otros y murmurar confundidos, mientras me limité a fruncir el ceño. Una chica en la primera fila que no alcanzaba a distinguir levantó la mano titubeante.

—Si, señorita…

—Mallory, Lauren Mallory —se presentó al ver que el profesor no recordaba su nombre.

—Señorita Mallory —terminó él en tono de disculpa.

—No entiendo a qué se refiere con que haremos "relaciones humanas" el resto de la clase —explicó ella con simpleza.

—¡Muy simple! Conozcan a su compañero de lugar, hagan que les confiesen sus sucios secretos y luego cuéntenle los propios. —Seguía hablando como si fuese un juego muy divertido—. Y háganlo bien, chicos, porque será fundamental para nuestro proyecto de este año.

Escuché risas nerviosas, bromas, jugueteos, y vi cómo alegremente todos ponían manos a la obra parloteando con su compañero de lugar, estando muy lejos de sentirme así de animada.

—Bien —dijo Edward llamando mi atención, justo cuando lanzaba su lápiz al aire y lo volvía a capturar con naturalidad—. ¿Cuántos muertos hay en tu armario? Porque yo ya perdí la cuenta de los míos.

2 comentarios:

  1. hay quien viera a jaz y a alice jajajajaj lastima q bella quedo solita pero ahy esta edward jajaja n_n

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  2. "¿Cuántos muertos hay en tu armario? Porque yo ya perdí la cuenta de los míos." jaja XD

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